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1/09/2005

sOnRiSa dE hIeL

¡Plash!. La oscuridad. Hace ya un buen rato que cesó el tumulto y las gradas han quedado vacías. Sólo permanecen los espectros. Manuel ha apagado los focos que iluminaban la pista y la carpa entera. El circo ha vuelto a las tinieblas y todo lo rodea una realidad fantasmagórica. Los riñones del payaso protestan como elefantes sin “alpiste”. Manuel, el payaso alegre, lleva siete días consecutivos recogiendo los restos de las golosinas que los chiquillos consumen mientras ven el espectáculo. Hoy es su último día y mañana, al fin, podrá descansar. Le sustituirá el malabarista moldavo, el suicida del trapecio, el “sin papeles”.
Sentando en la primera fila puede escuchar su respiración entrecortada, y pensar en el último “show”. Maldice el tiempo que ha dedicado a hacer reír a los demás, olvidándose poco a poco de los suyos. Piensa en como cada día le cuesta más robarle la sonrisa a un niño, también maquillar esa estúpida mueca en su boca.
Afuera, en lo oscuro, le espera su vieja caravana, impregnada de recuerdos. De fotografías y sabores, de telegramas y olores.
Manuel se levanta y sus rodillas crujen, se manifiestan peleonas ante tanto ajetreo. Cierra el portón cabreado y clava la llave en la cerradura mientras se pregunta si los payasos tendrán derecho a pensión por jubilación, no pudiendo evitar una sonora carcajada ante tal ocurrencia.
Al encender el candil una foto de familia en blanco y negro. Una sonrisa no pintada y dos hijos pequeños que ya no le esperan a más de seis mil kilómetros de distancia. Sólo Dios sabe si será abuelo de algún nieto desconocido. Uno de esos niños de rojizos mofletes tocados por la varita de la ilusión, ignorantes de su paradero.
Piensa en la vida como una gran actuación y en su curioso papel mientras despliega el pequeño espejo de tocador. Enciende el fuego para preparar un caldito, y pone en marcha el prehistórico calentador para regalarse una ducha calentita.
Es lento y repetitivo el proceso de desmaquillarse. Primero el blanco que cubre su rostro, luego el rojo de su sonrisa y el intenso carmín de su nariz. Las tres lágrimas negras siempre las deja para el final. Cuesta quitarlas, como el barro de los zapatones.
Detrás de la falsa sonrisa quedan unos rasgos de amargura, un semblante cadavérico y una mirada desgastada pero aún tierna. La piel arrancada a jirones por los leones y el pelo graso que nace de la humedad del camerino.
Después de la ducha y el caldito le invade el cansancio, que desemboca en serena locura.
Manuel lleva casi 20 años sin dormir, teme que le roben la sonrisa los ladrones de la noche, alimañas succionadoras de sueños. Es un payaso loco en el circo abandonado de la desolación. La verborrea ida de los mudos, donde el viento deja de ser viento para convertirse en huracán.
No puede conciliar el sueño y un interrogante golpea incesante su entelequia.
¿Quién le pintara una eterna sonrisa cuando ya no tenga manos y se rompan mil espejos en su sien?


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