Vistas de página en total

5/18/2008

Perfectamente Imperfecto


Estoy averiado, mal acabado, perfectamente imperfecto despierto, levanto los párpados lenta y tortuosamente y me someto a la realidad cotidiana que tanto maldigo. Me levanto con el pie izquierdo y me escondo de los espejos que me escupen bocaditos de realidad. Casi Jesucristo soy, bordeando los 33 me encuentro inmaduro, cercano del suelo me arrastro por las baldosas indecorosas, soy un ente luminoso a ratos, oscuro y siniestro a menudo. Me siento en la taza del váter y me sumerjo en sus aguas traslucidas, buceo entre mares aún impolutos cuando todavía no ha se ha roto la madrugada. Escucho vómitos que proceden del piso de arriba. “Te sobró un cubata” –pienso y sonrío- De repente me encuentro feliz con las desgracia del inquilino colindante, cuan miserable soy en ocasiones, me sorprendo y me sumerjo en la mediocridad, saboreo los patéticos sinsentidos del ser humano. Son décimas de esta sobrada imperfección ya mencionada que emana de la Caja de Pandora de los pecados capitales, de la miseria humana más recóndita y malévola. Un último esfuerzo y remató la faena fecal que me ocupa, me giro hacia el suministrador de papel y me doy cuenta que no queda papel (mierda retórica). Esto es demasiado escatológico, me higienizo como puedo entre risitas histéricas (las mías) y arcadas (las del vecino).
Segundo paso, una ducha de pelo, piel y pensamientos. Es el mejor momento, me meso los cabellos y mi mente evasiva me proyecta a los días de vino y rosas, cuando nos duchábamos juntos y asíamos nuestras cabelleras como una enredadera. Reíamos divertidos, todo correcto, todo perfectamente imperfecto. Me invade una nostalgia infinita que finaliza en un temblequeo de piernas. Me siento en el plato de la ducha y sollozo como un niño, hecho un ovillo, como un recién nacido que solo encuentra alivio en los lloros desconsolados, aún así no encuentro consuelo ni bálsamo alguno. Me descubro en posición fetal, no se cuanto tiempo ha pasado ni cuantas lágrimas han caído, es domingo, no importa nada, no importa nadie. Soy, una vez más, egoísta e inseguro, ¿qué os creíais?
Una vez mal vestido y pésimamente desayunado bajo rodando las escaleras y acabó en la calle. Sentado en la acera un perro me mira curioso con sus ojitos minúsculos y indiscretos y hace ademán de mearse encima mío. Me aparto como puedo maldiciéndole mientras la dueña del perro me ningunea con su mirada ojeriza. “No estoy a la altura de un fox terrier de pedigrí” pienso rabioso. Me dan ganas de matar a la dueña poco a poco, con saña, recreándome en sus graznidos. El perro, por ende, también morirá. La dueña del perro adivina mis intenciones y huye con “Titán”. Lástima.
El sol aprieta y castiga duramente mi respiración, mi caminar se torna pausado, casi al ralentí. Prácticamente no levanto los píes del suelo y piso heces caninas de fox terrier con pedigrí. Levanto la cabeza y súbitamente me encuentro un testigo de Jehová con cabeza de serpiente y lengua bífida que me intenta convencer de las ventajas de convertirme a su religión. Viste de punta en blanco con traje de Armani y huele a pachulí. No suda, no transpira, es un extraterrestre que pretende abducirme para llevarme a su platillo volante y hacerme todo tipo de vejaciones sobre una mesa camilla gélida y vítrea. Me rebelo rabioso, le escupo, le insulto, le pateó su cabeza de serpiente y de ella emana un líquido verde, viscoso, asqueroso. Huyo corriendo como alma que lleva el Diablo, pero es demasiado tarde, he recibido un mordisco en la yugular al dejarme llevar por el entusiasmo de la paliza. A mi vecino le sobró un cubata, a mi una patada en su cabeza de serpiente bífida.
Tengo sudores fríos y fuertes retortijones de barriga. Empiezo a creer en Dios y me rebeló contra ese pensamiento pueril, cada vez menos. Miro a los niños y siento ganas de abrazarlos y de explicarles el evangelio de cabo a rabo. ¿Qué me está pasando? Soy bueno, no cruzan mi cerebro pensamientos negativos ni pusilánimes. No pienso en ti, ni en ti tampoco.
Me paró delante de un escaparate y me enamoro de un traje de Armani (temporada 2008-2009). Hablo con la dependienta que me mira con esa carita de conejo desdentada. No hay pensamientos impuros aunque noto que mi lengua se está tornando bífida y su pechos magnolias. Le pido que me acompañe al probador y observo atónito mi cabeza de serpiente, me siento mejor ahora, tan verde, tan cabrón, tan hueco de remordimientos.
La dependienta con cara de conejo se abre como una flor en una primavera aún virgen, la poseo salvajemente, sin un ápice de maldad. Solo con fines reproductivos. Soy perfecto, no tengo imperfecciones ahora que soy una serpiente bífida testigo de Jehová.
Salgo a la calle con mi traje recién adquirido y mi olor a pachulí barato. Ni un resquicio de sudor en mis axilas, ni un aspaviento de rencor, ni un además egoísta.
Inhalo el aire que entra por bocanadas en mis orificios nasales. Hay más flores que antes en los balcones, la gente es más feliz y yo, con mi evangelio bajo el brazo, soy el rey del mambo. He dejado de ser humano, ya no existes en mis pensamientos, he hecho un reset y he reiniciado mi sistema operativo. Empieza una nueva era, la era de la perfección.

Despierto cabeza abajo y entre mares de sudores. Hay restos de porro y setas en la habitación. Miro el reloj, da igual, es domingo. Me arrastro por las baldosas, me miro al espejo (no soy bífido), defeco (no hay papel), me ducho (el vecino vomita). Río histéricamente y pienso en ti. Tiemblo y me pongo de cuclillas. Soy humano, de nuevo miserablemente humano. Veo tu rostro angelicalmente idealizado en el espejo, tu fotografía se clava en mi mente de nuevo. La abrazo. Te quiero, joder, aún te quiero y hoy me duele más que ayer. Perfectamente imperfecto.