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10/27/2004

AMOR PLÁSTICO, PLÁSTICO AMOR

- Miénteme, ¡dime que me quieres!
- Te quiero.
Lucia lucía un traje de noche exclusivo para la ocasión, y mientras sus dedos envolvían nerviosos la copa de cristal de bohemia extrafino, una radiante sonrisa se dibujaba en su rostro.
- Ahora dime que estos son los únicos labios que has besado. ¡Dime cuan míos son tus labios!
- Ya sabes, amor, que no existe más boca para mí que la que ahora cubre ese apetitoso carmín.
Pedro sirvió a Lucia un poco más de ese vino turbador, a sabiendas que sus carrillos estaban empezando a enrojecer. Pero ¡como le gustaban esos carrillos!
Sus copas chocaron y de sus ojos brotaron destellos de felicidad que fueron a parar debajo del mantel.
- ¡Dios, como me gustan esos hoyuelos! Sólo dímelo una vez más, cielo. Dime que no me abandonarás jamás. ¡Que tus dos pupilas serán siempre como un disparo!
- Te quiero, y bien sabes que no te abandonaré jamás, Lucia.
Rendida, satisfecha y narcotizada tendió sus tersas manos hacia Pedro. Sus dedos se entrelazaron y sus lenguas formaron un laberinto húmedo sin salida. Se abrazaron sentidamente mientras sonaba de fondo el Mentiras Piadosas de Sabina que les condujo en volandas al dormitorio.
Luego de hacer el amor hicieron el amor. Después cuando ya no quedaba un ápice de amor follaron y volvieron a follar hasta la rendición.
Despertaron con el alba, y entre besos y arrumacos Pedro desprendió el tapón que protegía sus costuras. Abrió el armario y volvió a depositar a Lucia allí donde siempre habitó. Entre la añeja raqueta de tenis y el juego de café pendiente de estrenar.
Decidió entonces que allí permanecería largo tiempo. Puede que hasta su próximo aniversario. Puede que más.

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