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3/08/2007

No va más


Eran los últimos 500 pesos de los que disponía y estaba decidido a jugárselos al siete rojo. El azar le había dejado de lado súbita y cruelmente, las mujeres ya le defenestraron hace tiempo. Aproximó la copa de Chivas a su boca y se mojó los labios, advirtiendo como una gélida gota de sudor se deslizaba por la frente hasta suicidarse en su mejilla, enrojecida por el calor y el exceso de alcohol. Mientras tanto el indígena crupier anunciaba con la mano alzada que los jugadores debían darse prisa en apostar. El tejano tahúr acercó su mano temblorosa al siete rojo y colocó las últimas fichas que sangraron de su raído bolsillo izquierdo en el tapiz. La suerte estaba echada una vez más.
El crupier exclamó “no va más” y la ruleta comenzó a girar impetuosa. Mientras ésta volteaba los ojos huecos del tahúr recordaron a Raissa como un fugaz relámpago en su mente, inmortalizó los amaneceres legañosos abrazados y los atardeceres fogosos fundidos, cuando el sol caía y su rojez parecía indicar el inicio de la lascivia.
La ruleta fue disminuyendo en velocidad de forma progresiva, mientras el tahúr, latente y extasiado, perseguía la bolita con la mirada. Finalmente ésta frenó y tras varios amagos y devaneos juguetones la pelotita fue a caer en el número siete. El tahúr suspiró aliviado y se desanudó la corbata opresora mientras apuraba el último suspiro del whiskie, ya sin hielo. Ipso facto sus rodillas dejaron de temblar caprichosas y su corazón dejó de protestar por el sobreesfuerzo realizado en decretazo. Por una vez la suerte estaba de su lado.
Fue entonces fue cuando el crupier vociferó “siete rojo, gana la banca” y nuestro compungido tahúr comprendió que esos atardeceres con Raissa no eran tan endiabladamente rojos ni los amaneceres tan extremadamente azules. Y es que en ocasiones la buena suerte y el daltonismo no son compatibles, y la imaginación desbordante, casi siempre tan útil, puntualmente también nos juega malas pasadas.

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