Vistas de página en total

3/21/2010

Sin retorno.


La noche había transcurrido tal como lo había planeado. Una noche perfecta que redondeaba una trayectoria perfecta.

Encendí un pitillo y la observé mientras dormía. Fue en ese preciso instante cuando asumí que jamás la volvería a ver. Me resistía a creerlo, y mientas mis dedos paseaban traviesos por sus sinuosas curvas, una lágrima estalló en la sábana y se desvaneció en su inmensidad.

Me incorporé y noté la inconsistencia de mis extremidades inferiores; los primero rayos del sol invitaban a asomarse al ventanal y eso hice. Inspiré una última calada y esputé un ápice de mi maltrecho corazón, mientras una persistente brisa estival acomodaba mi pelo.

Su respiración se hacía cada vez más rápida y entrecortada, aquello estaba empezando a causar efecto. O quizás solo estaba soñando, inmersa en una pesadilla de la que ya nunca despertaría.

No quería ser un incomodo moscardón en su existencia ni una válvula de escapatoria de sus problemas vitales, pero, ¡joder! tampoco podía dejar de quererla, no podía cerrar los ojos y resetear cinco años de mi existencia. Ella nunca le dejaría, sentía demasiada pena por él y siempre sería cobardemente misericorde.

Trague saliva y me incliné hacia delante, dejando reposar todo el peso de mi cuerpo en el tronco. La miré de soslayo y retuve en la retina una última y perfecta fotografía de su rostro y de su cuerpo. Sabía perfectamente que era un indecoroso final pero también sabía fehacientemente que ella tampoco despertaría para contemplarlo, no saborearía las mieles de la decepción y la rabia. El vino que horas antes la embriagó y la hizo caer rendida en mis brazos fue cómplice y verdugo de nuestro epitafio final.

No hay comentarios: