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1/28/2006

38 grados y un Ventolin


Tengo un resfriado mal curado y me estoy enamorando de él. Por más que me medico no hay manera de acabar con su presencia. Vive conmigo todas las estaciones del año, alojado entre la laringe y el bajo vientre, se pasea por mis entrañas como Pedro por su casa. En verano en forma de agria tos, en invierno se disfraza de fastidioso esputo y viscosa mucosidad perenne. En primavera es fatal alergia, picores molestos que me recuerdan que el tiempo pasa pero el continúa allí. En otoño es desmesurada jaqueca y Prozac resabiado.
Se acuesta conmigo por la noche y me hace compañía en mis íntimos momentos de soledad. Me aconseja en temas amorosos y me disuade de mis esquizofrénicas tentaciones de matar. El se ha convertido en mi mejor amigo. En alguna ocasión, cuando toso y retoso me pongo malísimo y le odio a rabiar, pero se me pasa enseguida. En cuanto recuerdo que es mi fiel compañero de batallas, aquel que habita en mi. He aprendido a quererle como es y a asumir que me lo llevaré cosido a la tumba. Le amaré hasta los restos ¡Pese a que es un jodido constipado cargante!
Y a veces siento que le quiero, ¡que le quiero tanto! Como nunca querré a un ser humano, ni a mi perro siquiera. Aunque me traiga las zapatillas.

Esta mañana desperté y te miré alucinado. Creo que en tu mirada residían destellos de un amor primerizo, recién estrenado.
- ¿Nunca te has enamorado?- le pregunté intrigado-. Tienes el corazón tan entero que me das miedo.
- Me enamoré hace tiempo- suspira-. Yo residía en un cuerpecillo gris, repleto de enfermedades y virus peligrosísimos que tenían al pobrecillo tipo destrozado, al filo de la guadaña. Recuerdo una mañana de resaca, me harté de tripis la noche anterior y no estaba para nada ni nadie. Me columpiaba somnoliento al final del intestino delgado cuando noté que alguien me impulsaba más y más fuerte. Gastaba un perfume embriagador y el roce con su piel de primera me produjo un escalofrío que me sacudió instantáneamente del letargo en el que me encontraba. Era la gripe intestinal más hermosa que había visto nunca...
- Es realmente emocionante el primer amor- le interrumpí-. ¿Y que sucedió entonces?
- Fue efímero. Nos besamos hasta que nos dolieron los labios. Durante días, vivimos al límite de la intensidad y las flechas de Cupido habitaron dentro hasta que ese puto medicamento lo jodió todo. Una mañana fría ella me dijo que se iba, que la enviaban a otro cuerpo, que este ya no daba para más. La culpa fue del amor intenso. Del amor y de ese inoportuno medicamento. Odio el Pimperan desde entonces, ya que estoy seguro que ella era mi otra mitad, mi alma gemela, mi yang. Demasiado tarde, ahora que solo queda el recuerdo de una despedida en el esófago. Los guardas no me dejaron pasar de allí y grité impotente. Grité hasta sentir reventar de afonía. Sabes, la vida de un virus también puede ser tan triste como la de cualquiera. Incluso más triste que la tuya.
- Es una historia muy triste, cierto. Yo también me enamoré y sufrí, pero mi sufrimiento no es comparable al de muchos otros. El mío fue gratuito y banal. Fue una pataleta pueril, como cuando de pequeño me prohibían ver las películas de dos rombos. Cof cof cof. ¡Estate quieto travieso!
- Perdona, es que estoy cambiando de postura. Uno se hace viejo y los huesos empiezan a quejarse. ¡Eso y la maldita humedad de este pueblo costero! Nunca me habituaré a ella. Hablando del amor, y perdona mi indiscreción,¿ como acabó lo tuyo con la rubita vendedora de merchandising?
- No se nada de ella desde que le tosí en la cara. Eres muy celoso, ¿sabes? Desconocía que los virus tuvierais esos defectillos tan humanos
- Lamento de veras haber provocado esta situación, pero no te merecía. Demasiado egocéntrica. No hacía mas que hablar y hablar durante horas de cómo le miraban los clientes. ¡Mujeres!. Además llevaba demasiado maquillaje.
- Da igual. En el fondo te lo agradezco, no era mi tipo. ¡Que mujer tan aburrida! Tu en cambio hablas tan bien, y tan bajito. ¡Que importante es hablar bajito! Es lo que más me gusta de ti.
- Gracias, me haces sonrojar. ¿Dormimos otro ratito?

Nos abrazamos y entrelazados dormimos durante horas, en la seguridad que nada podría perturbar nuestra pasión recién nacida. Estaba empezando a brotar un sentimiento arraigado entre los dos. Fue esa misma noche cuando decidí dejar de medicarme más que lo imprescindible para sobrevivir. Alejé todo pensamiento de extinción y entre aspavientos y accesos de tos fuimos tres aquella noche.
Tú, yo y mi añorado Ventolín.

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