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El púgil con clase nunca muerde la lona de manera vulgar. No se deja ningunear, golpear sin piedad, ni ser apalizado contra las cuerdas.
El púgil con casta y dignidad nunca tira la toalla, y es indestructible. Está orgulloso de ello y lo grita a los cuatro vientos. Siempre saca fuerzas de flaqueza para sacar un gancho de izquierdas cuando el rival le cree arrinconado y vencido.
Un púgil indestructible tiene un juego de pies que hipnotiza, un upercut demoledor y la mirada del tigre que derrite al rival.
Un púgil que está convencido de la victoria se tambalea pero nunca cae, siempre resurge como el Ave Fenix y cura sus heridas en soledad, mientras reúne las fuerzas suficientes para volver a saltar al ring.
Un púgil que no tiene nada que esconder está condenado a la libertad, a destrozar a sus rivales, golpe a golpe, lenta pero impiadosamente, hasta la victoria final.
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