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8/25/2011

Cambio de planes


Puso el píe izquierdo en el asfalto para apearse del taxi. Pagó religiosamente la factura y se despidió con educación mientras encendía un pitillo.

Luego no pudo evitar girarse y echar una última mirada a la ciudad, que desde la distancia se presentaba majestuosa y altiva. Una lágrima se escapó a hurtadillas de su pupila, deslizándose lentamente por su mejilla hasta caer por un terraplén aledaño.

El sol se escondía tras las montañas y dotaba de un color anaranjado a los edificios más altos. Sabía que esa imagen perduraría en su retina eternamente, recordándole los buenos tiempos con la nostalgia que provoca encontrarse el vello púbico de un antiguo amor entre las sábanas.

Pero aquellos años locos en los que se mezclaron drogas, negocios y amor de baratija habían tocado ya a su fin.

No la volvería a pisar, era consciente de ello y de su nueva identidad. Luciano Schilachi había dejado de existir y hasta un tipo duro como él se amedrenta cuando deja de existir.

Finalmente giró sobre sus pasos y se dispuso a cruzar el desierto. El guión exigía un cambio de planes, y Las Vegas había pasado a mejor vida para él.

8/09/2011

Aunque no estés.....


Aunque no estés
Cuando apareces
Y vengas
Cuando te vas

Eres viento
Y yo metal
Duda a veces
Otras paz

Un murmullo
Que murió
Un cosquilleo
Que nació

Días largos
Que vendrán
Sol en vena
Correrá

Aunque no estés
Cuando apareces
Y vengas
Cuando te vas

Eres ser
Y yo animal
Tú el camino
Yo el final


8/07/2011

Un ápice de aliento


Estoy tendido, estoy tendido en la cama pero me levanto. Fumo, nunca fumo pero fumo, un cigarro detrás de otro que apuro hasta la comisura de mis labios.

Juego con el interruptor de la luz y aplico diferentes tonalidades a la habitación, más oscura, menos oscura, más oscura, menos oscura. Me divierte y me entretiene mientras fumo y miro por la ventana, quedándome absorto durante horas, quizás días.

En el parque los niños juegan al trompo moderno, las madres son madres y vigilan a los niños y a sus trompos. Yo me imagino una vida rutinaria y juego a ser madre, a regañar niños y luego comprarle trompos. Entre líquido amniótico lo imagino danzando en mi interior alguna pieza de Franz Schubert o Mozart. Patalea y ello me hace feliz en mi nuevo papel de madre. Siempre soñé con la rutina, con niños que danzan en mi barriga cual trompos modernos.

Pero no soy madre, me descubro vacío, y la ausencia de patadas me advierte que en mi interior no hay un niño. Nunca lo habrá porque decidiste enredar tu cabello en aquellos dedos entrelazados mientras besabas aquellos labios perdidos pero suculentos. Mientras notaba tu aliento todo era perfecto, mientras mantenía tus labios geométricamente separados de los míos. Un milímetro, distancia prudencial que separa lo onírico de lo grotesco. Pero arriba duermen y sus ronquidos traspasan paredes y me importunan constantemente. Mi sueño es profundo, miro el anillo y sé que estoy durmiendo. Es el trato, si hay anillo en mi dedo es que estoy soñando, debo relajarme y pensar que pronto despertaré del sueño y seré solo letargo, torpeza exacerbada concentrada en veinte dedos.

Se me ha acabado el tabaco pero sigo fumando. Las madres se retiran con sus hijos y el sol en ocaso se torna una gran pelota de fuego anaranjada que se va ocultando tras las montañas que rápidamente adquieren un color terroso. Cenizas que viajan desde la montaña hasta mi corazón. Aparecen los cuatro yonkies y siento una gran pena y hermandad al unísono. Uno de ellos tiene mi rostro y fuma mi tabaco. No tiene trompo moderno y dice querer ser madre. Pero es yonkie, y los yonkies no pueden ser madres, no estaría bien visto. El yo-yonkie me mira y yo asustado me escondo tras las cortinas. El corazón se me acelera y parece salir del pecho y declararse independiente de mi cuerpo. Adiós corazón, adiós, vete con el yonkie, vente conmigo.

Muchos maderos rodean a los yonkies, hacen un control de estupefacientes rutinario, pero a mi yo-yonkie no le encuentran nada, buscan trompos y no los encontrarán. No ahí. Intento gritar y decirle a los maderos que me dejen pero de mi garganta sólo emana un hilo de voz que se ahoga en los albores del gemido.

Fumo, juego al trompo, fumo, juego al trompo, me he cargado el interruptor y me invade una profunda tristeza. Miro al anillo y me alivio rápidamente, es sólo un sueño, cerraré fuerte los ojos y desearé despertar con todas mis fuerzas.

Aprieto los puños y vuelo hasta el parque, junto a mi otro yo hay una madre que no deja que su niño se le acerque. No lleva trompo. No es de fiar, no lleva trompo y fuma sin parar. Frente a él su rostro se torna en pelo enrevesado, entrelazo mis dedos jugando con su pelo y acerco mis labios hasta sentir el aliento caliente. Me encanta recrearme en el momento antes del roce, en la antesala de lo obsceno y lo grotesco me muevo como pez en el agua.

Mis labios están milimétricamente separados de los tuyos, me encanta, tu aliento me alimenta y me recuerda que yo también tuve un trompo moderno, hace mucho ya de eso. No quiero caer en el beso, no hoy. Solo quiero prolongar el recuerdo de tu aliento y alimentar mis bronquios de él, que llegue a los pulmones y expanda su esencia en ellos.

Ahora sé que te quiero, que quizás si algún día aprendo a vivir eternamente en el milimétrico espacio que antecede al beso, la forma geométrica perfecta que se crea entre tus labios y los míos hará lo nuestro eterno. Entonces, solo entonces, seré madre y jugaré con un trompo moderno, última generación.

El anillo ya no está en mi dedo y amanezco postrado en el catre, tembloroso y con las glándulas sudoríparas a pleno rendimiento. Aún retengo el aliento en mis entrañas y no respiro por miedo a perder tu esencia. Tu duermes plácidamente y yo no te despierto. Con mi dedo anular, sin anillo, recorro tus curvas casi sin tocarte, sólo un mínimo roce que no logre despertarte. Te rodeo con mis brazos y finalmente acerco mis labios lenta y cuidadosamente a los tuyos, para no perder la esencia. Para retenerla dentro mío eternamente.