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9/21/2006

ERNESTO


Esa noche soñé que mi despertador Ernesto desertaba, que a hurtadillas se hacía un bulto con su ropa ajada y de puntillas salía de la habitación sin derramar ni siquiera una lágrima por todos los años que estuvimos juntos. En la repisa quedó un vacío que intenté llenar con otros despertadores que se esforzaron en hacerme feliz, mas no fue ya lo mismo, y todos aquellos años en los que derroché felicidad por los cuatro costados ahora me pasaban tremenda factura.
Esa noche soñé que cuando despertaba y abría los ojos ya no estabas tú, tus agujas negras ya no apuntaban a mi pecho desnudo, ni mis dedos se deslizaban cuidadosamente por tu lomo mientras una musiquita sempiterna me daba los buenos días. En su lugar una escueta nota en una servilleta manchada ocupaba tu lugar. Un frío adiós, que no un hasta luego, un gracias por nada, una firma hueca e insípida que resonaba como un eco itinerante que se cuela furtivo entre mis huesos, serpenteando, para con su aguijón de hiel inyectarme un veneno letal.
Ernesto, te cansaste de estas cuatro paredes y te preguntaste por el mundo exterior, por como serían los despertares junto a un fakir hindú, al lado de una preciosa geisha o a los pies de un truhán contador de cuentos. Quisiste recorrer el mundo y acumular experiencias que te hicieran crecer hasta convertirte en algo más que un objeto decorativo cualquiera. Recorriste montañas nevadas con afamados serpas, cruzaste océanos con experimentados buscadores de tesoros, viste a los niños reír abrazado a reputadas compañías circenses, fuiste hora de la misa, despertares del soldado raso, ocaso del gigoló venido a menos, pasto de las llamas en un incendio, musiquita matinal del invidente, azote del pervertido, rutina de una ama de casa derrotada, stress del corredor de bolsa, látigo para el colegial imberbe y desespero del inmigrante ilegal.
Cuando ayer recibí tu última carta en la que me decías que no te encontrabas demasiado bien, que los achaques ya no perdonan a tu edad, y que este reuma te estaba matando poco a poco, supe que había llegado la hora de romper el cascarón y salir en tu búsqueda. La maldita humedad, me cuentas como queriéndote excusar, era la culpable. Dentro de la carta la foto de rigor. Estaba vez me escribes desde el Nepal, y a tu lado aparece un lama sonriente que te pasa un brazo por encima, de fondo muchas montañas blancas tapizadas de bruma. Te vuelvo a extrañar sobremanera al ver esa foto y una chispa de desilusión amenaza con achicharrar mi cabellera.
Pero esta noche que desfilo entre mis sábanas, mi añorado Ernesto, al fin he logrado desalojar al ocupa del rencor, y ahora, cuando ya noto el hormigueo que me sube por las piernas, me desvela la ansiedad del que sabe de una resurrección cercana.
Mañana cuando despierte estaré un poco más cerca de ti. La alforja de ropa ya está preparada y la servilleta llena de letras que no dicen nada. Nadie me echara de menos cuando esté lejos, tan lejos como lo estás tú ahora, recorriendo senderos que me lleven hacia ningún sentido, en ninguna dirección. He comprendido que mi lucha diaria no está entre las cuatro paredes de una oficina gris, que el fusil que un día intenté empuñar tiene la pólvora mojada de no usarse, que la monotonía a la que me someto inerte es una cruel sátira que me anquilosa en este barrizal de comodidad perenne.
He aprendido de ti, mi añorado despertador, que no todas las estrellas iluminan igual con el paso de los años, que no hay dos despertares siquiera parecidos ni sufrimiento que cien años dure. Cierro las puertas a mis “quejios” y me voy en tu búsqueda. Has vuelto reverdecida, mi ilusión.

9/03/2006

Declaración de Intenciones


Yo no quiero que me busques en los bares por que la cena está en la mesa
Yo no quiero admirar tus rulos, tu bata ajada y tus variadas cremas para el cutis
Yo no quiero escuchar tus hirientes comentarios sobre la vecina del quinto
Yo no quiero especializarme en programas de la prensa rosa
Yo no quiero llevarte a la peluqueria dos veces al mes
Yo no quiero tu tarjeta del Corte Inglés ni tu suscripción vitalicia al Pronto
Yo no quiero gritos ni berrinches, no deseo una ingrata soledad
Yo no quiero envejecer pensando en los sueños que no voy a cumplir
Yo no quiero ver como azotas a los niños por romperte la vajilla
Yo no quiero playas abarrotadas en verano, ni chimeneas en invierno
Yo no quiero que me cuentes que no te hablas con tu hermana por la herencia de mamá
Yo no quiero que me tengas preparadas las pantuflas al entrar
Yo no quiero verdura para cenar ni paellitas de domingo
Yo no quiero un amor de andar por casa, ser infelizmente feliz
Yo no quiero paraguas en enero ni elegir pareo para ti
Yo no quiero ir a comprar al macro dos veces por semana
Yo no quiero que elijas mi colonia, que decidas mi champú
Por todo esto os suplico que no me dejeis caer
Que no permitais que mis huesos den con una mujer maruja
Y prefiero ser el bohemio, el crápula que cierra los bares
Prefiero ser el putero, el que abraza las farolas y desnuda amaneceres
Prefiero ser el que estrena las botellas, el que apura los vasos
Prefiero la soledad sonora, el que pierde la cordura a diario
Prefiero que todo el barrio murmulle lo mal que voy a acabar
Prefiero seguir este camino perverso, de baja catadura e inmoral
Prefiero deshacer mi vida en mil y un cubitos de hielo
A que se pudran mis pistilos y me corten la raiz
Yo no quiero ser tu hombre florero, mujer maruja